miércoles, 21 de enero de 2009

Bienvenido, Mr. Marshall !!!

Ahora que el mundo entero está mirando con lupa los acontecimientos al otro lado del charco, es buen momento para relataros historias de "abuelo cebolleta" sobre algunos de los yanquis con los que he tenido el honor y la desgracia de compartir vestuario. Sí, es cierto, ya sé que son 16 años de profesión y eso da para toparse con una gran cantidad de jugadores (… y entrenadores), pero con algunos he vivido experiencias surrealistas. Aunque para empezar nombraré a los americanos que dejaron huella en mí por su profesionalidad, disciplina, seriedad y esfuerzo.

Escasean los americanos de esa talla, supongo que porque los buenos de verdad están jugando en ligas superiores. Ha sido un honor y el espejo donde intentar mirarme, el compartir vida deportiva con gente como Darrell Lockhart, Brian Jackson, Mike Anderson o Warren Kidd, porque hacían que esta profesión fuera algo más que ir a entrenar todas las mañanas y tardes y esperar a cobrar el cheque a primero de mes. Daba igual la edad que tuvieran, las nominaciones de MVP que acumularan, los problemas familiares de todo tipo que sufrieran... ellos amaban este deporte y su profesionalidad estaba incluso por encima de su gran calidad.

Tras enjuagarme las lágrimas debo reconocer que también me he topado con otro buen número de personajes cuyo recuerdo no me inspira ni de lejos admiración, sino chascarrillos de vestuario sobre sus hazañas épicas. Me vais a permitir que no dé nombres (se dice el pecado pero no el pecador) y por respeto no lo haré. Sólo destaparé uno. ¿Y por qué el suyo sí? Pues porque mayor gañanazo es difícil encontrarlo: Malcolm Battle. Ése es su nombre.

Melilla 2001-2002. Este notas da para un capítulo entero... pero no me voy a cebar. Un hombre que el día que lo cortan y tiene que marcharse es capaz antes de coger el avión de pasarse por una tienda de música (tocaba el piano y la guitarra espectacularmente bien) y se lleva una guitarra; y le cuenta al dependiente que el delegado va a ir a pagársela por la tarde (sí, está bien, el dependiente un pardillo, pero un negrazo de 2,07, conocido en la ciudad y un dependiente amante del baloncesto...) Aún están esperando que devuelva la guitarrita, ingenuos. ¡Por no hablar del coche que el club le alquiló y él destrozó sin decir nada a nadie, y tuvo que ser la policía la que se pusiera en contacto con el club al estar el mismo abandonado a su suerte! Luego le descontaron la reparación de lo que le debían. Y lo más ruin y miserable: tras e último partido robó, sí señores, nos robó a sus compañeros, ropa, carteras y zapatillas. El utillero lo vio (quién no se acuerda de Hassan "mi rey") y mientras el rufián se encontraba en la rueda de prensa de despedida, le vació la mochila, sacó todas nuestras cosas y cerró vestuario con llave. No quiero ni contaros cómo estaba su casa, porque sería ahondar en temas escatológicos... para daros una idea: no compraba papel higiénico, pero sí se limpiaba tras aguas mayores...El resto lo dejo a vuestra imaginación calenturienta. Eso si, el chaval poseía una habilidad: el billar. Lo malo es que este tipo no se iba a echar unas partiditas con los colegas, sino que frecuentaba los bajos fondos, los antros más peligrosos de Melilla (y hay unos cuantos) para jugar por pasta. Alguna vez salió caneado y ahí forjó su leyenda de tener una pipa en el coche que le salvó de males mayores. En fin, todo un personaje. Lo peor de todo es que cualidades físicas y técnicas tenía para aburrir, pero su cabeza era un botijo, qué mal repartido está el mundo.

En Córdoba coincidí con un americano que se entretenía durante las interminables horas de autocar (quién no ha visto el mítico autocar con literas de Cajasur) cascándose botellas de JB a palo seco, hasta que la cogorza era tan brutal que se desmayaba. Era su forma de pasar el tiempo y que no le parecieran demasiado largos los viajes.

Mi mayor decepción fue desenmascarar a un americano bastante amiguete mío, que hizo una temporada de escándalo, siendo el máximo anotador de la categoría. Un buen día fui de visita a su casa, la semana previa al playoff, y descubrí que ya tenía todas las maletas hechas. Yo no daba crédito y el tipo me espetó: "Yo ya tengo mi contrato para el año que viene, me quiero ir ya a casa".

La verdad es que en esta profesión, supongo que como en todas, encuentras seres de todas las calañas.

Un abrazo, Mr. Darrell Lockhart, viejo amigo.