miércoles, 22 de octubre de 2008

El jugador al que le miró un tuerto

Hola, amigos. Me gustaría relataros la historia de un jugador que vino desde muy lejos a España con la ilusión de realizar una gran temporada en nuestro país para hacerse un nombre. Sin embargo, la adversidad se cebó con él y su familia hasta el punto de que seguramente no quiera ni oír hablar de España, allá donde esté. Éste fue el periplo de Frantz Pierre Louis, alias El Búfalo en el equipo, un ser ante todo entrañable, con una gran humanidad, disciplinado y con un físico cuyo apodo describía a la perfección.

Llegó nuestro amigo al sur de España y durante la primera semana comenzó su cadena de desgracias: una salmonela de caballo se aferró a su intestino con tal virulencia que tras días de fiebres altísimas, vómitos imparables y diarreas incontenibles tuvo que ser ingresado de urgencia en un hospital al borde de la deshidratación y posteriormente, viendo que la enfermedad no remitía se le trasladó a otro centro sanitario con mayor entidad y medios donde permaneció una semana. Finalmente se repuso, aunque con importantes secuelas físicas que le mermaron su puesta a punto de pretemporada.

Cuando había conseguido sobreponerse y adquirir el tono físico adecuado, y ansiaba debutar en la Liga, durante un entrenamiento confundió el baloncesto con la gimnasia rítmica realizando un involuntario espagat. Al no estar su flexibilidad habituada a tal postura, irremediablemente sufrió una rotura de fibras en el abductor que le condenó a estar en el dique seco durante varias semanas.

Con su envidiable optimismo y fuerza de voluntad, se recuperó y empezó a jugar, aunque por poco tiempo. Transcurridas varias jornadas tuvo lugar un terrible accidente en la cancha que casi acabó en tragedia. Sucedió al toparse con el CAI Zaragoza, o para ser más exactos, con Otis Hill. Nuestro héroe trató de taponar un mate del fornido pívot americano pero se desestabilizó en el intento y cayó con la crisma en el suelo. El impacto fue brutal. Se quedó inmóvil, luego comenzó a convulsionar mientras un charco de sangre manaba de su cabeza. Su mujer y sus dos hijos pequeños observaban con estupor la escena desde la grada y los compañeros se echaban las manos a la cabeza mientras los sanitarios se lo llevaban en ambulancia. Afortunadamente, mientras continuaba el partido, nos llegaron las buenas noticias de que había recuperado la consciencia y que su traumatismo craneoencefálico no le impediría continuar su singladura en la temporada; eso sí, portando durante unas semanas un collarín.

A continuación os contaré un suceso con tintes escatológicos que acaeció en su bonito adosado. Un buen día comenzó a emerger de los desagües sanitarios mares de líquido putrefacto acompañado de sospechosas y apestosas sustancias sólidas que anegaron la planta baja de su hogar. La situación, con su mujer al borde del ataque de nervios y sus dos perplejos hijos chapoteando en el lodazal, era dantesca. El ayuntamiento envió una cuadrilla con maquinaria específica para rescatar a la familia, que comenzaba ya a pensar que haber fichado en España quizá no hubiera sido una buena idea.

Los viajes en avión también fueron escenario de muchas desventuras. Siempre que se perdía una maleta, cómo no, esa era la de Frantz Pierre Louis. Varias veces la expedición se quedó atascada en el aeropuerto de llegada mientras se reclamaba el equipaje de nuestro protagonista, quien lejos de montar escenitas, acataba con entereza y resignación su mal fario.

El punto álgido de su infortunio en los viajes lo sufrió en Melilla. Tras aterrizar, nos organizamos para desplazarnos en taxis al hotel. El taxista introdujo en el maletero los macutos de todos los que iban en ese taxi… excepto, casualmente, el del jugador que todos nos imaginamos. Pero eso es sólo una minucia comparado con lo que iba a suceder después. Frantz era el último en subirse al taxi, pero cuando sólo había puesto un pie dentro y se disponía a sentarse, el taxista arrancó sin percatarse de que aún faltaba uno por acomodarse y arrastró al pobre Frantz a lo largo de diez metros ante los gritos desesperados del resto de la expedición, que observábamos atónitos cómo un hombre de 2,10 metros de estatura y 130 kilos de peso pendía de la puerta de un taxi en marcha como un saco de patatas.

En su cúmulo de despropósitos también hubo uno con componentes paranormales. El buenazo de nuestro relato nos confesó en un entrenamiento que ni él ni su familia estaban durmiendo en paz últimamente debido a unos hechos inexplicables que sucedían de noche en su domicilio. Nos comentaba que de madrugada el televisor se encendía sólo, que las luces de la planta baja amanecían encendidas y que el silencio de la noche se veía truncado a menudo por unos sonidos indescriptibles de origen desconocido. Esto tenía trastornada a su familia, que no veía ya la hora de hacer las maletas y largarse de este país.

No quiero finalizar sin destacar lo buenísima persona que era Frantz. Nunca cayó en el victimismo y siempre afrontó sus desgracias con optimismo y afán de superación, quedándole siempre fuerzas para apoyar, animar y arengar a sus compañeros.

Para los que piensen que su temporada no está siendo buena, que se acuerden de Frantz Pierre Louis. Un gran tipo. Estés donde estés, te deseo la mejor suerte del mundo. La mereces, amigo.

lunes, 6 de octubre de 2008

Entrenadores en peligro de extinción

Saludos. He decidido estrenar este blog tecleando acerca de una especie en peligro de extinción en nuestro baloncesto: esa rara avis a la que denominaré entrenador-formador. Este es mi pequeño homenaje a unos “profesionales” que, desinteresadamente y sin ínfulas, se dedican a formar a jóvenes con la única motivación de verlos crecer y evolucionar.

Su hábitat suele ser colegios o clubes sin nombre, en cualquier ciudad o pueblo. Emplean su tiempo libre machacando los fundamentos, esa asignatura que muchos obvian pero que es un pilar sobre el que se construye el baloncesto de calidad en un país. Estos formadores vocacionales se preocupan de habilitar las instalaciones de un colegio, pabellón o cancha fuera del horario de entrenamiento, incluso en períodos vacacionales y a deshoras para que ese jugador con actitudes y aptitudes (también en riesgo de extinción) pueda llegar a tener una oportunidad en el baloncesto. A día de hoy un joven tiene mucho más a mano irse con los colegas de botellón que emplear su tiempo libre en la práctica deportiva, pero gracias a muchos de estos entrenadores sueltan el cubalitro y agarran las botas.

Probablemente la mayoría de baloncestistas de elite haya tenido la suerte de tropezarse en sus inicios con un ejemplar de esta especie (del cual posiblemente ya ni se acuerden) que les sentó los cimientos técnicos sobre los que otros entrenadores culminaron su formación.

Desde aquí manifiesto mi reconocimiento a esos amantes del baloncesto y también transmisores de valores (otros que están en gravísimo peligro de extinción). Porque no sólo forjan la base técnica sino que también inculcan el sacrificio, el afán de superación, el respeto, la humildad y la disciplina.

A los que os deis por aludidos, mi más sincera admiración. Animaos a continuar, porque gracias a personas anónimas como vosotros el baloncesto en España ha crecido, crece y crecerá.

P.D. Muchas gracias, Antonio R.