Redes sociales como twitter y facebook nos están permitiendo intercambiar informaciones y opiniones heterogéneas del mundo del baloncesto. Es muy enriquecedor el poder compartir dudas, análisis y reflexiones con una legión de amigos y desconocidos. En las últimas semanas estas redes han sido escenario de un debate-corriente de opinión sobre en qué punto se encuentran actualmente nuestras categorías inferiores y los problemas que en ellas nos estamos encontrando.
Un reciente estudio publicado por un internauta refleja una estadística cuanto menos alarmante. Habla del impacto en la liga ACB del jugador nacional. Profundizando en los datos que proporciona al respecto, nos damos cuenta del paupérrimo estatus que ostenta el profesional patrio dentro de su equipo en nuestra liga referente (exceptuando casos bastante obvios). Las ligas Adecco van al rebufo de esta tendencia, si bien la diferencia reside en que la crisis económica ha reducido drásticamente el presupuesto de sus clubes para la confección de las plantillas y se está optando por un producto nacional, más asequible en líneas generales.
Una vez reflejada la realidad del jugador español en las ligas profesionales de nuestro país, propongo pararnos, hacer una reflexión e indagar en el origen de esta situación que, según mi modesta opinión, proviene de la base.
Nuestra cantera presenta dos problemas críticos: por un lado el nivel medio-bajo en cuanto a la cantidad y calidad de nuestros chicos en edades de formación y por otro, el salto excesivamente prematuro que deben realizar, con sólo 18 años, a las ligas profesionales.
Vayamos por partes. Respecto al primer punto, soy consciente de que, actualmente, la descomunal oferta de alternativas de ocio hacia los jóvenes complica tanto su captación como la adquisición por su parte de un compromiso de regularidad en la asistencia a entrenamientos y su permanencia la temporada íntegra. Paradójicamente en estos días gozamos de recursos económicos, instalaciones, medios, personal cualificado, repercusión mediática y mejores materias primas que nunca en lo que respecta a los jugadores (mejores físicamente en cuanto a altura y presencia). Esta coyuntura debería posibilitar a nuestro país ser un prolífico vivero de jugadores jóvenes con proyección. Al no cumplirse esta ecuación, las incógnitas podrían ser las siguientes: ¿somos congruentes con su edad y necesidades concretas en cuanto al trabajo que con ellos desarrollamos? ¿Estamos incidiendo sobre los aspectos fundamentales del juego que necesitan los jóvenes para progresar de forma adecuada según las categorías? ¿Somos conscientes los entrenadores-formadores de que el único y esencial objetivo en cantera debe ser trabajar por y para la formación y capacitación de nuestros jóvenes sin abandonar este objetivo en pos de intereses particulares de los clubes de promocionarse por sus victorias?. ¿Son estos clubes conscientes de que su filosofía de cantera debe basarse en el éxito posterior de jugadores formados en ellos y no por su palmarés?...Son cuestiones un tanto incómodas y comprometidas pero que nos debemos formular si queremos afrontar desde la raíz el problema que se atisba en un horizonte no muy lejano y que se nos viene encima. Recientes entrevistas en profundidad realizadas a jóvenes y exitosos jugadores españoles tienen como denominador común el valor que éstos confieren a poseer una buena técnica individual a la hora de dar el salto a profesional.
Al subir al primer equipo a un chaval, lo que cualquier entrenador profesional pretende básicamente es que “no la cague”. ¿Cuál es esta expectativa?. Fundamentalmente significa que sea capaz de aportar unos mínimos. Que no sea una máquina de perder balones. Que técnicamente sea completo sin lagunas en aspectos primordiales como el bote o el pase. Que cuando se levante sea capaz de tocar el aro. Que defensivamente pueda parar al menos tres botes. Que sepa realizar correctamente una ayuda o segunda ayuda...Oiga, que si luego las mete, pues mejor que mejor, pero lo que realmente importa es que no se cargue un entrenamiento o un partido por sus carencias. Vistas estas aspiraciones, reflexionemos si merece la pena hacer algo para modificar el rumbo. Debemos mentalizarnos en cubrir las necesidades de los chavales en categorías de formación a lo largo de su ciclo educativo para que cuando llegue su hora de profesionalizarse estén perfectamente capacitados y cualificados.
Dicho esto, el segundo aspecto a analizar es la ardua frontera que deben atravesar los juniors que quieren dar el salto categorías profesionales. Viendo cómo jugadores de la talla de Ricky Rubio, capaz a su corta edad de competir sin problemas en la élite mundial, a menudo caemos en el error de generalizar creyendo que la mayoría de nuestros jóvenes están preparados para dar ese salto. No lo están. Sólo un exiguo porcentaje de ellos. Legalmente un joven de dieciocho años es mayor de edad pero no ha terminado de formarse física, técnica, táctica ni académicamente (un elemento vital para su futuro). Sin haber completado su formación, aún pretendemos que asciendan a categorías profesionales compitiendo en unas ligas en las que prima el resultado inmediato y en las que al entrenador se le exigen victorias. ¿Están los clubes en disposición de tener paciencia con estos chicos y pensar en su proyección futura?. La experiencia me ha enseñado que un muchacho de 20 años ya está preparado para debutar como profesional y competir en igualdad de oportunidades, dando por finalizado su ciclo formativo. El jugador ya es maduro y entiende que el baloncesto le brinda una profesión a corto plazo y que su formación académica debe ser consistente para que exista un después. La propia FIBA sostiene en su estructura una categoría SUB20, caldo de cultivo de futuras estrellas del mañana. Me aventuro a afirmar que esta categoría tiene su razón de ser en que la Federación Internacional considera sin rodeos que estos jóvenes se encuentran aún finalizando su formación. En pocos meses Bilbao será sede del Campeonato de Europa SUB20. Éste es el momento de plantearnos sinceramente la conveniencia de establecer una categoría intermedia entre junior y senior. Desde mi punto de vista es imprescindible, aún a sabiendas de que los cambios son costosos en todos los aspectos. Hay quien ha querido creer que las ligas Adecco, especialmente la Plata, y la liga EBA existen con este fin formativo. Pregúntenles a los entrenadores de Plata si sus respectivos clubes le dan la paciencia y confianza necesaria como para dar minutos a chicos jóvenes aunque a consecuencia de esta deferencia puedan llegar a perderse partidos.
La Federación ha publicado a través de sus medios de comunicación, preferentemente digitales, artículos y editoriales manifestando su preocupación e incertidumbre ante el futuro que depara a nuestro deporte, preocupación que comprendo y comparto. Es imposible que todos estemos de acuerdo con esta visión y, además, el debate sería muy poco enriquecedor si así fuera. Seguramente hay quien comulga con cómo están transcurriendo las cosas porque le va bien así, otros podrían aportar enfoques distintos y no faltan aquellos a los que ni les va ni viene el dilema, pero lo que es innegable es que el problema existe. En un ámbito deportivo con tantos intereses implicados la postura conformista de quedarse de brazos cruzados y verlas venir no es acorde con nuestra filosofía del baloncesto. Si hemos conseguido ser una potencia mundial en cuanto a selecciones, recursos, ligas y medios ha sido gracias al espíritu de lucha y sacrificio y a la visión de futuro que nos caracteriza. No se trata de señalar culpables ni de ser alarmistas pero lo que si debemos es tomar en consideración el punto donde nos encontramos. Federaciones, clubes, entrenadores, periodistas, jugadores y resto de afectados debemos reflexionar sobre el bajo impacto que el jugador nacional tiene en nuestras ligas y sus causas. Por mi parte ya he cumplido.
“Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo”.
»Frédéric Chopin (1810-1849) Pianista y compositor polaco
jueves, 23 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
El blues del autobús
La reciente actualidad del caos desencadenado por los controladores aéreos ha obligado en algunos casos a equipos deportivos de alcurnia a desplazarse en autobús para disputar su partido de la jornada. No he podido menos que hacer un ejercicio de empatía para ponerme en el pellejo esas pobres criaturas que se han visto atrapados dos o tres horitas en ese transporte, ¡¡válgame Dios!!, ¿cómo pueden hacerles eso?, menuda injusticia.
Me quedé patidifuso al leer dicha noticia. Somos miles o decenas de miles los que nos hemos chupado más kilómetros que el famoso baúl de la Piquer para ir a jugar partidos en la otra punta de la geografía española en dicho medio. Mis viajes desde Huelva, Los Barrios, Murcia, Alcázar o Córdoba hasta Andorra, Girona, Santiago, Santander, San Sebastián, Barcelona, Tarragona, Pineda del Mar, Alicante, León, Gijón, Oviedo, etc. dan para inacabables tertulias sobre anécdotas y situaciones curiosas (algunas se pueden contar, otras mejor no) acaecidas en dichos viajes. Un buen puñado de compañeros ha acabado con la espalda hecha una alcayata tras las interminables odiseas en autobús.
Y aún tienen el valor de quejarse con el pedazo de autocar en el que se desplazan. Ojalá alguno de ellos reflexionara sobre lo que es medir más de dos metros y tragarse trayectos de 14 horas en un asiento en el que tiene que realizar un verdadero tetris para encajarse sin que sus rodillas saquen el cartel de “hasta aquí hemos llegado”.
Sinceramente, hasta que un equipo no se pega dos o tres viajecitos de estos, no se puede considerar equipo como tal. En esas expediciones uno se funde en todo tipo de olores, sabores, vivencias, estados de ánimo, alegrías y miserias que van compactando al equipo y crean un lazo de unión que durará toda la temporada.
Quince horas de ida y quince de vuelta sin una triste película que ver porque al delegado se le ha olvidado traerlas o el famoso “el DVD está roto”, son experiencias que todo equipo que se precie tiene que vivir, como aquello de llegar tarde a algún partido y tener que cambiarse, vendarse y escuchar la charla técnica en el autobús. ¿Qué me decís de que se averíe en pleno temporal de nieve y tener que esperar a que vengan a repararlo, o la estampa de cambiarnos el autobús sin calefacción? ¡Ohhhhh, qué recuerdos!
Desde aquí aprovecho la ocasión para agradecer a los conductores (que en mi carrera han sido muchos), que han sido profesionales eficaces y eficientes, aunque a alguno no le hubiera venido mal un GPS para evitarnos las visitas turísticas no programadas. También mis respetos a esos delegados que permanecían en vigilia a su lado, pendientes de que no se le cerraran los ojos en largas y monótonas carreteras.
A esos grandes privilegiados a los que se les han caído los anillos (por no decir otra cosa) por tener que “sufrir” un viaje en autocar: ¡Bienvenidos a la realidad diaria de muchos deportistas, no temáis, no se muere de esto! Y al resto, muchas fuerzas y ánimos, a seguir encalleciendo los cuerpos a base de horas y kilómetros en ese tan cotidiano, para nosotros, medio de transporte.
Me quedé patidifuso al leer dicha noticia. Somos miles o decenas de miles los que nos hemos chupado más kilómetros que el famoso baúl de la Piquer para ir a jugar partidos en la otra punta de la geografía española en dicho medio. Mis viajes desde Huelva, Los Barrios, Murcia, Alcázar o Córdoba hasta Andorra, Girona, Santiago, Santander, San Sebastián, Barcelona, Tarragona, Pineda del Mar, Alicante, León, Gijón, Oviedo, etc. dan para inacabables tertulias sobre anécdotas y situaciones curiosas (algunas se pueden contar, otras mejor no) acaecidas en dichos viajes. Un buen puñado de compañeros ha acabado con la espalda hecha una alcayata tras las interminables odiseas en autobús.
Y aún tienen el valor de quejarse con el pedazo de autocar en el que se desplazan. Ojalá alguno de ellos reflexionara sobre lo que es medir más de dos metros y tragarse trayectos de 14 horas en un asiento en el que tiene que realizar un verdadero tetris para encajarse sin que sus rodillas saquen el cartel de “hasta aquí hemos llegado”.
Sinceramente, hasta que un equipo no se pega dos o tres viajecitos de estos, no se puede considerar equipo como tal. En esas expediciones uno se funde en todo tipo de olores, sabores, vivencias, estados de ánimo, alegrías y miserias que van compactando al equipo y crean un lazo de unión que durará toda la temporada.
Quince horas de ida y quince de vuelta sin una triste película que ver porque al delegado se le ha olvidado traerlas o el famoso “el DVD está roto”, son experiencias que todo equipo que se precie tiene que vivir, como aquello de llegar tarde a algún partido y tener que cambiarse, vendarse y escuchar la charla técnica en el autobús. ¿Qué me decís de que se averíe en pleno temporal de nieve y tener que esperar a que vengan a repararlo, o la estampa de cambiarnos el autobús sin calefacción? ¡Ohhhhh, qué recuerdos!
Desde aquí aprovecho la ocasión para agradecer a los conductores (que en mi carrera han sido muchos), que han sido profesionales eficaces y eficientes, aunque a alguno no le hubiera venido mal un GPS para evitarnos las visitas turísticas no programadas. También mis respetos a esos delegados que permanecían en vigilia a su lado, pendientes de que no se le cerraran los ojos en largas y monótonas carreteras.
A esos grandes privilegiados a los que se les han caído los anillos (por no decir otra cosa) por tener que “sufrir” un viaje en autocar: ¡Bienvenidos a la realidad diaria de muchos deportistas, no temáis, no se muere de esto! Y al resto, muchas fuerzas y ánimos, a seguir encalleciendo los cuerpos a base de horas y kilómetros en ese tan cotidiano, para nosotros, medio de transporte.
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